Planteamiento

VOLVER AL INSTINTO NATURAL DE APRENDER

Cuando nos preguntamos «¿para qué educamos?», solemos poner el foco en el rol del adulto como responsable de transformar y transmitir conocimientos. Sin embargo, ya en en el siglo XX, uno de los fundadores del movimiento humanista en psicología, Carl Rogers (1902-1987), desarrolló una propuesta educativa denominada educación centrada en la persona basada en la confianza de la capacidad innata del ser humano para aprender y pensar por si mismo1. Los estudios en neurociencia de la última década respaldan esta visión2. Se ha comprobado, por ejemplo que los niños y niñas, incluso antes de empezar a hablar, ya usan formas básicas de razonamiento lógico. Saben que si tienen dos opciones y una es falsa, la otra debe ser verdadera, aunque no sepan exactamente cuál es cuál. Esto lo hacen de manera natural, sin que nadie se lo enseñe. También se ha comprobado que, en esas primeras etapas, los pequeños ponen en práctica estrategias similares al método científico: prueban, observan y sacan conclusiones. 

Si los niños y niñas ya poseen una gran capacidad para aprender y pensar por sí mismos, nuestra tarea cambia. Ahora, los adultos tienen la responsabilidad de no dejar que estas capacidades naturales se pierdan, sino apoyarlas y acompañarlas para que sigan creciendo. Entonces la pregunta pasaría a: «¿para qué aprenden los niños y niñas y cómo podemos acompañar ese proceso?».

Nuestro cerebro ha hecho posible que podamos adaptarnos y sobrevivir gracias a la capacidad de observar, conocer, recordar y transformar nuestro entorno. En este sentido, aprender es un instinto humano fundamental: sobrevivimos porque aprendemos, y cada aprendizaje se convierte en una herramienta que nos ayuda a afrontar el presente y prepararnos para el futuro3Pero aprender no solo es útil: también es placentero por naturaleza. Como explican los neurocientíficos Marta Portero y David Bueno en su artículo El placer de aprender, esta es una especie de «truco biológico»: nuestro cerebro asocia el aprendizaje con el disfrute, lo que nos impulsa a explorar, experimentar y crear. De ahí surge el gusto por jugar con una caja vacía, hacer arte o música, actividades en apariencia sencillas pero que esconden un poderoso motor de descubrimiento. Este placer es aún más intenso cuando el aprendizaje brota de la curiosidad propia del individuo, tal como argumentan los autores. Cuando tenemos hambre de respuestas, la actividad de nuestro cerebro cambia de maneras que nos ayudan a retener nueva información4. Por un lado, la mente curiosa activa procesos y regiones cerebrales asociadas con la anticipación de una recompensa. Queremos aprender más porque las respuestas son satisfactorias. Además, el hipocampo, un centro de memoria, aumenta su actividad, preparándose para almacenar información. Cuanto más deseamos conocer una respuesta, más memorable se vuelve5.

La curiosidad y el interés son, componentes reconocidos desde hace mucho tiempo de la motivación intrínseca6. La motivación intrínseca puede entenderse como un proceso clave y permanente en el desarrollo psicológico. Este proceso se apoya en la satisfacción de dos necesidades básicas: la competencia, que impulsa a las personas a sentirse eficaces en sus interacciones, y la autonomía, que les permite experimentar un sentido de elección y autodirección en sus acciones7. Diversos metaanálisis y estudios de campo señalan que la motivación intrínseca constituye quizá la forma más relevante de motivación en el rendimiento escolar8. Por su parte, el psicólogo clínico y profesor Jordan Bernt Peterson (1999), en su obra Maps of Meaning: The Architecture of Belief, sostiene que la búsqueda comprometida y valiente de los propios intereses favorece el desarrollo de la personalidad, al exponer continuamente a las personas a nuevas ideas y desafíos. De este modo, se evita la rigidez ideológica y se promueven el aprendizaje, el crecimiento personal y la construcción de un sentido vital. Para Carl Rogers, la motivación del ser humano proviene de la «tendencia actualizante», es decir, la inclinación natural del individuo a su autoconservación y su propio desarrollo. No obstante, dicha capacidad solo puede manifestarse si la persona se encuentra en un contexto positivo que le e brinde apoyo, comprensión y condiciones adecuadas; de lo contrario, esa capacidad no llega a desplegarse por completo9. Cuando el niño crece en un entorno que le permite aprender a valorarse, desarrollar una buena consideración de sí mismo y reconocer el valor de los otros, a quienes percibe como significativos en su vida, logra generar una «valoración positiva incondicional» tanto hacia sí mismo como hacia los demás. Para que el concepto de sí mismo sea verdadero, debe apoyarse en experiencias reales y auténticas. Esto requiere la libertad de experimentar plenamente todo lo que sucede en la persona, tanto lo consciente como lo inconsciente10.

Aunque todos tenemos dentro una «tendencia actualizante», a veces surgen obstáculos que dificultan ese proceso11. Uno de ellos es la «valoración condicional», que ocurre cuando una persona no se valora a sí misma por lo que realmente siente o experimenta, sino en función de cómo la valoran los demás. Por ejemplo, un niño puede llegar a sentirse “bueno” o “querido” únicamente cuando obedece lo que sus padres esperan, y no cuando sigue sus propios deseos o necesidades. Esto suele derivar en un «conflicto», ya que el niño deja de guiarse por su propia experiencia interna y empieza a actuar solo para obtener la aprobación de los otros. De esta manera, adopta valores que en realidad no le pertenecen (introyección), lo que genera una “escala de valores falsa”. Como consecuencia, la persona comienza a vivir en desacuerdo consigo misma, experimentando un desajuste entre lo que realmente es y lo que cree que «debería ser» para agradar a los demás.

Peter Gray, psicólogo evolutivo del Boston College, sostiene que los niños y niñas aprenden mejor cuando no están sujetos a las actividades e instituciones impuestas por los adultos. Siendo, la «libertad» crucial para que los instintos de aprendizaje prosperen. Por el contrario, entornos estructurados a menudo suprimen estos instintos naturales, sofocando la curiosidad y el entusiasmo12. En la misma línea, Carl Rogers afirmaba13 : si el proceso de la educación es formar ciudadanos adaptados a este mundo de cambios caleidoscópicos, solo podemos lograrlo si estimulamos a los mismos estudiantes para que inicien y planifiquen su propio aprendizaje…”. El aprendizaje centrado en la persona, presenta las siguientes características14:

  • El docente facilitador proporciona recursos para el aprendizaje y anima a los estudiantes a incorporar otros adicionales.

  • El estudiante diseña su propio programa de aprendizaje en función de sus intereses y asume las consecuencias de sus decisiones.

  • El énfasis de esta práctica educativa está en favorecer el proceso de aprendizaje. Los contenidos ocupan un lugar secundario; lo primordial es aprender a aprender aquello que se desea conocer.

  • La disciplina necesaria para alcanzar las metas es autoimpuesta.

  • La evaluación del grado y la relevancia del aprendizaje es realizada principalmente por el propio estudiante y puede enriquecerse con las observaciones de sus compañeros y del docente facilitador.

  • En este clima favorable, el aprendizaje tiende a ser más profundo, a lograrse con mayor rapidez y a tener una influencia más significativa en la vida y la conducta del estudiante. Esto se debe a que es el propio alumno quien elige la dirección de su aprendizaje, lo inicia y lo sostiene, involucrando en el proceso a la persona en su totalidad: sentimientos, pasiones e intelecto.

El docente necesita asumir ciertas actitudes para generar en el aula un ambiente que favorezca el aprendizaje significativo15. Una de ellas es la autenticidad, que implica mostrarse tal como es, sin recurrir a máscaras ni apariencias, reconociendo sus propias experiencias, viviéndolas plenamente y expresándolas con sinceridad cuando es adecuado. Otra actitud fundamental es la aceptación, entendida como la capacidad de valorar al estudiante en su totalidad, respetando y apreciando sus sentimientos, opiniones y forma de ser. Finalmente, la comprensión empática se manifiesta cuando el maestro logra ponerse en el lugar del alumno y entender desde dentro cómo vive su proceso de aprendizaje; al percibir de manera sensible sus reacciones, el docente puede acompañarlo y facilitar de manera más efectiva su desarrollo.

La manera en que Rogers concibe el perfil del maestro guarda una gran semejanza con la visión de Paulo Freire16. En el aprendizaje centrado en la persona, el docente busca liberar y acompañar. Tanto el maestro como los estudiantes se reconocen como investigadores críticos que aprenden en un diálogo constante. Se trata de un educador humanista que ayuda a descubrir la realidad, fomenta la reflexión y facilita el cambio. No concibe futuros predeterminados, sino la posibilidad de transformar la realidad de manera crítica.

Para concluir, como afirmaba Rogers, «las personas educadas son aquellas que han aprendido como aprender, que han aprendido como adaptarse y cambiar»17. Este tipo de personalidad se distingue por su autonomía, libertad y sentido de responsabilidad, así como por su capacidad de adaptación al entorno y su orientación constante hacia el desarrollo integral. De esta manera, se prepara a las nuevas generaciones para enfrentar los desafíos de un mundo en permanente transformación y para contribuir, desde su bienestar físico y mental, al progreso positivo de la sociedad.

 

Bibliografía:

1. Mingo, A . (1989). La propuesta educativa de Carl Rogers. Emerging Trends in EducationISSN-e 2594-2840, N.º 1. pp. 19

https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=9492991

2. Portero Tressera, M. & Bueno Torrens i Torres, B. (2018). El placer de aprender. Aula de innovación educativa Núm. 275 pp. 18-22

https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6578200

3. Ibídem.

4. Matthias J. Gruber, Bernard D. Gelman, Charan Ranganath. (2014). States of Curiosity Modulate Hippocampus-Dependent Learning via the Dopaminergic Circuit. Neuron.

https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0896627314008046

5.Kang MJ, Hsu M, Krajbich IM, Loewenstein G, McClure SM, Wang JT, Camerer CF. The wick in the candle of learning: epistemic curiosity activates reward circuitry and enhances memory. Psychol Sci. 2009 Aug;20(8):963-73.

https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/19619181/

6. Ryan R. M., Deci E. L. (2017). Self-determination theory: Basic Psychological Needs in Motivation Development and Wellness. New York, NY: Guilford Press.

https://www.erudit.org/en/journals/rqpsy/2017-v38-n3-rqpsy03258/1041847ar/

7.  Deci E. L., Ryan R. M. (1985). Intrinsic Motivation and Self-determination in Human Behavior. New York, NY: Plenum Press

https://link.springer.com/book/10.1007/978-1-4899-2271-7

8. Froiland J. M., Worrell F. C. (2016). Intrinsic motivation, learning goals, engagement, and achievement in a diverse high school. Psychol. Sch. 53, 321–336. 10.1002/pits.21901

https://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1002/pits.21901

9. Rogers, C. & Kinget, G.M. (1971). Psicoterapia y relaciones humanas. Alfaguara, Madrid. Tomo 1, págs. 34-35, 189, 201.

10. Rogers, C. & Kinget, G.M. (1971). Psicoterapia y relaciones humanas. Alfaguara, Madrid. Tomo 1, págs. 34-35, pág. 190.

11. Marrero, G. (1985). Análisis del pensamiento de Carl Rogers. 2. Perfil del maestro. pp. 155
https://accedacris.ulpgc.es/bitstream/10553/4935/3/0235347_00002_0011.pdf

12. Gray, P. (2013). Free to learn: Why unleashing the instinct to play will make our children happier, more self-reliant, and better students for life. Hachette UK.
https://www.academia.edu/113585473/Free_to_learn_why_unleashing_the_instinct_to_play_will_make_our_children_happier_more_self_reliant_and_better_students_for_life

13. Rogers, C. (1986). Libertard y creatividad en la educación en la década de los ochenta. Barcelona. Editorial Paídos. pp. 144

14. Mingo, A . (1989). La propuesta educativa de Carl Rogers. Emerging Trends in EducationISSN-e 2594-2840, N.º 1. pp. 17

https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=9492991

15. Ibídem. pp. 18.

16. Freire, P. (1976). Pedagodía del oprimido-. Siglo XXI . Es un editores. Madrid. Caps. 11-111-IV., págs. 73-243

17. Rogers, C. (1986). Libertard y creatividad en la educación en la década de los ochenta. Barcelona. Editorial Paídos. pp. 144